¿Puede enfermar tu empresa por culpa de un mal liderazgo? La respuesta es sí.
Y no es una exageración. Mientras sigamos trabajando con personas no con máquinas insensibles al entorno, las emociones seguirán siendo parte fundamental de cualquier organización. El estado anímico del equipo, su nivel de motivación y la calidad de sus relaciones influyen directamente en el rendimiento individual, en los resultados colectivos… y, en última instancia, en la salud del negocio.
Ahora bien, ¿cómo es que un liderazgo tóxico puede deteriorar tanto una empresa? Hoy, esa pregunta ya tiene respuesta. Y no solo es evidente, también es medible. Un mal líder no solo apaga el pensamiento crítico: asfixia la creatividad, paraliza la iniciativa, apaga el compromiso y convierte al trabajo en una rutina sin alma. El clima laboral se contamina, la motivación se desvanece, y poco a poco los mejores talentos se marchan. Huyen.
Lo peligroso es que muchas veces se les entrega poder a personas que emocionalmente no están listas para manejarlo. Líderes cuyo propósito no es servir ni inspirar, sino usar a otros para alcanzar sus propios objetivos. La validación externa, el reconocimiento vacío o el ansia de escalar posiciones se vuelven más importantes que el bienestar de sus equipos.
¿El resultado? Un ambiente de trabajo controlado por la arrogancia, donde se pierde la empatía y los colaboradores trabajan solo para evitar el conflicto, no por convicción. Cumplen lo justo, con el mínimo esfuerzo. Y el fuego de la vocación se apaga lentamente.
¿Cómo identificar estas señales de alerta?
Un liderazgo autoritario, obsesionado con controlar cada paso, sin espacio para la autonomía.
Comportamientos impredecibles: hoy cordial, mañana hostil.
Narcisismo: rechazo sistemático a las ideas ajenas, ausencia de autocrítica y constante necesidad de sobresalir.
Atribuirse méritos colectivos y evadir responsabilidades cuando algo falla.
Acoso laboral disfrazado de exigencia: gritos, reproches en público, humillaciones o vigilancia excesiva.
Y la verdad es que no existe un taller de fin de semana que repare este tipo de liderazgo. Transformar a un líder tóxico requiere un proceso profundo, casi quirúrgico, de desarrollo emocional. No se trata solo de aprender herramientas… sino de sanar heridas que, en muchos casos, vienen de muy atrás.
Por eso, cuando un liderazgo así se enquista, no queda más opción que tomar una decisión difícil pero necesaria: removerlo. Porque si queremos empresas sanas, con equipos comprometidos y entornos donde las personas florezcan, debemos recordar esta verdad simple pero poderosa:
Para ser un buen profesional, primero hay que ser una buena persona.
Autor: Josue Dax